La Sinagoga de los Iconoclastas, Juan Rodolfo Wilcock

Este es uno de los libros más preciados de mi biblioteca. No es conocido. Es raro, casi una marcianada. No es fácil de encontrar ni de seguir el rastro de su autor (he tenido que fotografiar la portada porque google no me ofrecía apenas imágenes). Y es muy muy bueno. Todo eso lo convierte en una joya que yo, por suerte, encontré entre los estantes del Hotel Kafka gracias a la recomendación de Vanessa, mi profesora. Cuando entré en el taller de escritura me llamó y me dijo: Hemos traído solo dos ejemplares, te tienes que comprar uno. No mucho tiempo después Vanessa murió terriblemente joven y terriblemente madre. Espero que haya dejado muchos libros favoritos en la vida de mucha gente. Llévate este, te va a gustar, me dijo. Y tenía razón.

No es un libro corriente en ningún aspecto. Cada uno de los capítulos que conforman esta obra cuenta la vida de un personaje imaginario terriblemente singular, que camina haciendo equlibrios entre lo verosímil y lo brutalmente absurdo intentando llevar a cabo un proyecto o un modo de vida autodestructivo hasta sus últimas consecuencias, siempre con la mayor rigurosidad, ironía y seriedad científicas.

En definitiva, una colección de retratos imposibles y absurdos, narrados en un tono enciclopédico que lo convierte en un auténtico bestiario de personajes inquietantes: un telépata que provoca una crisis en un congreso de científicos en la Sorbona, un filosofo que apuesta por la vuelta a la época isábelina para lograr la felcicida en el mundo (con el apoyo de Hitler), el creador de una cadena de producción industrial de novelas, el inventor de una máquina creadora de axiomas filosóficos, entre otros.

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